27 de enero de 2010



He conocido a Alma. Primero pasé con el coche enfrente del lugar donde habíamos quedado, y supe que era ella.
Ese juego de quedar con desconocidos. Primero, la voz que has oído por teléfono. Y describes unos detalles sobre tu persona que crees que te caracterizan pero que no es eso. Pocas veces ha fallado (y la única vez que falló, a continuación me atropelló un coche). Siempre hay algo en la mirada que es recíproco, una mezcla de curiosidad e interrogación.

Y luego me he movido por la ciudad llena de viento. Poco amable. Restos de hojas haciendo carreras sobre el asfalto sin importarles los coches. Expulsando a la gente. Jóvenes encapuchados
. Las oficinas traslúcidas rompiendo el negro de la noche. Una luna abollada tendida sobre nubes metálicas.

No hay huellas en las ciudades. De todo lo que sucede no queda huella: la noche lo limpia. De los miles de existencias, de la cantidad de gente que se ha entremezclado cruzando un semáforo no queda huella. De los miles de pensamientos que nos persiguen un día y otro. De las rodadas de coches.

El vagón de metro casi siempre transportando un ejército en derrota, en franco declive. Temprano, la derrota del sueño que no consiguió atraparnos todo lo que quisiera. Por la tarde, la derrota del día que nos entrega al sueño, y éste nos escupe otra vez al día y sus batallas. Como si entre ambos realizaran a nuestras espaldas un cambio de prisioneros.

1 comentario:

Marta Sanuy dijo...

¡que bien! pero que bien Lauritisima que estés de vuelta y que escribas y pienses y sientas tan bien.

me voy con la Blanch al molino esta tarde, a la vuelta te llamo.

besos gordísimos