
Les conocí a principios de septiembre en el albergue de San Nicolás de Puente Fitero. Había sido un día de calor fiero, sin concesiones y sin sombra donde cobijarse, o sea que o andabas o te morías bajo el sol. Durante tres meses su vida había consistido en andar una media de 20-24 km diarios, buscar alojamiento y comida. Tuvieron suerte con el tiempo, porque sólo les llovió un día o dos. Se les veía felices. El albergue de San Nicolás fué un antiguo hospìtal de peregrinos, y lo llevan dos hermanos italianos ya mayores. Por el precio de "la voluntad" (voluntaria) te ofrecen alojamiento, cena y desayuno. El albergue no tiene luz ni agua corriente, hay un pozo detrás donde lavar la ropa, y los hospitaleros duermen en una roulotte que tienen aparcada en su jardín. (detrás hay un edificio donde está la cocina y los servicios, allí si hay agua y luz). Más tarde llegó una pareja de ciclistas italianos. Al lado del albergue pasa el río Pisuerga que separa las provincias de Burgos y Palencia (Fitero quiere decir frontera, nos dijeron).
No sé si al volverse sedentario al hombre le entró la locura, o ya venía con ella puesta. Pero hacer uno de estos recorridos largos a pie, despertar en un lugar y acostarse en otro diferente, el cansancio del final de la jornada parece que moviliza algo dentro de tí que viene de muy atrás, que te acerca a un discurso del tiempo y del espacio diferentes y a tu propia esencia.
No sé si al volverse sedentario al hombre le entró la locura, o ya venía con ella puesta. Pero hacer uno de estos recorridos largos a pie, despertar en un lugar y acostarse en otro diferente, el cansancio del final de la jornada parece que moviliza algo dentro de tí que viene de muy atrás, que te acerca a un discurso del tiempo y del espacio diferentes y a tu propia esencia.